Diciembre es cuando compramos más libros en mi familia. Cada integrante, recorre librerías, busca el título y argumento que mejor encajaría con la persona regalada. Los libros aparecen mágicamente en la mesa de regalos del amigu invisible o con el tío. En ese mes de expedición librera, el año pasado, nos tocó hacerla en Montevideo.

Hicimos ruta de librerías, Escaramuza y Puro Verso, fueron las dos en donde pasamos más tiempo, también, nos dimos el gusto de un cafetín rodeadas de libros y letras. En una visita, a punto estuve de salir de Escaramuza, cuando un libro, me chistó desde el fondo de una estantería. Acudí a su llamado, lo revisé y, durante un rato lo leí. Salí de la librería sin comprarlo. Para cuando celebramos el caga Tío, en un fresco día de verano en la costa de oro en Uruguay, ahí apareció el libro «Animales Invisibles» de Gabi Martínez.

Claro que con la cantidad de libros que nos trajimos para Nueva York, después de las fiestas, Animales Invisibles, no lo empecé a leer hasta pasados unos meses. Hasta que vino la pandemia, muchas cosas se desmoronaron y otras se reinventaron, mientras mantuvimos la calma y paciencia con medidas de confinamiento. Qué mejor momento, que leer literatura de viajes. Así empecé, un sábado, día que escucho Ciutat Maragda. Casualmente, el tema del día era: literatura de viajes. La entrevista central a Gabi Martínez. Los libros y la magia, otra vez combinados para alegrarme con casualidades.

¿Por qué leer Animales Invisibles?

El libro se compone de 6 capítulos, cada uno de ellos se adentra en una investigación sobre un animal. La narrativa te lleva de excursión al país que habita el animal invisible, repleta de datos sociales y científicos, detalles y figuras literarias que crean paisajes en la imaginación. En todo momento, el texto aboga por el contraste social y cómo este interfiere en la desaparición de la fauna. Critica y explicación, van unidas para encontrar razones a lo que desapareció, dejando o no marca en el territorio que habitamos.

Al terminar el libro, imaginé que seguía investigando en busca de otros animales. Por ejemplo, Tatú carreta en Uruguay, que siempre esta en boca de todo el pueblo pero nunca nadie lo ha visto; Yaguaretes en Argentina; Sarapito boreal en Chile, etc. Puede ser tan larga la lista, como lo es, día a día, la extinción de animales y el rastro que dejan, o no, en la sociedad. Entre sus páginas, uno de los pasajes es el que, a mi entender, retrata esta siniestra actualidad en contra de la fauna, en pocas palabras, habitantes con quienes compartimos suelo. Convivimos en una misma casa, que es el mundo.

Henry lo recordó con nostalgia, porque Obongi ya había muerto y porque la relación del rino con los turistas le hizo pensar en cómo estaba cambiando la fauna local, y en la intervención humana.

– Si un rinoceronte se comporta como un gato, a lo mejor termina siendo un gato – intuyó Henry.

A su manera, vino a coincidir con una inquietud muy en boga que apunta al desajuste entre la velocidad a la que se están produciendo los cambios sociales y culturales (una velocidad lamarckiana, dicen) en comparación con el trote cochinero del cambio biológico o corporal, que sigue fiel a su ritmo darwiniano.

«Evolucionamos para entender cosas que se mueven a un ritmo medio o a una escala media», ha dicho el etólogo y biólogo evolutivo Richard Dawkins, advirtiendomás o menos que la nueva turbovelocidad de las cosas y los hechos nos impide enterarnos de qué está pasando alrededor, y en el esfuerzo contra natura de entender lo inasequible nos desasosegamos y agotamos, a menudo desde butacas y sofás, porque en este mundo más veloz estamos más quietos que nunca, despegándonos de nuestros cuerpos a toda pastilla.»

Gabi Martínez «Animales Invisibles»

¿Dónde comprarlo?

Paseos que realizamos sobre la historia social en Nueva York

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